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Jan

1min

Platón y la conexión emocional del aprendizaje

Hace más de 2.300 años, Platón afirmó que “todo aprendizaje tiene una base emocional”. Con esta frase, el filósofo se adelantó, y por mucho, a las evidencias científicas que diversos estudios en neurobiología y educación han confirmado en las últimas décadas.
Este artículo se centra en dichas evidencias, más allá de las prácticas intuitivas que durante años hemos aplicado en la formación, ya sea presencial u online. Es un hecho que el aprendizaje no es solo un proceso cognitivo; también involucra factores emocionales y fisiológicos. En este contexto, queremos destacar el papel fundamental de las emociones.

 

Procesos inseparables

Las emociones se generan en una red compleja de zonas cerebrales como la corteza prefrontal, el hipotálamo y la amígdala, muchas de las cuales también intervienen en el aprendizaje. Por ello, cuando alguien aprende, las dimensiones emocional y cognitiva interactúan de manera estrecha en el cerebro. Este, de forma automática, evalúa cada situación o experiencia, clasificándola como positiva (me gusta y la integro), negativa (debe evitarse) o neutra.

El mismo cortex prefrontal que clasifica estas experiencias también decide cómo aprender mejor (leyendo, practicando, jugando, etc.) y fija los objetivos de aprendizaje (qué amplitud y profundidad tendrán). Por ello, decimos que la emoción guía el aprendizaje y facilita o bloquea la adquisición del conocimiento.

Las emociones nos predisponen o indisponen frente a una situación de aprendizaje. Por ejemplo, un profesor agresivo, una presión excesiva para obtener buenas calificaciones, un entorno demasiado competitivo o un material pedagógico poco claro pueden generar en el alumno un estado emocional negativo. Esto libera hormonas como la adrenalina, la noradrenalina y, especialmente, el cortisol. Estas sustancias activan mecanismos defensivos que dificultan el aprendizaje y la memoria al priorizar la recuperación del equilibrio emocional perdido.

Sin embargo, un nivel leve o moderado de estrés (valores bajos o medios de cortisol) puede activar al organismo, ayudándolo a adaptarse a los retos del entorno y mejorando el rendimiento cognitivo.

 

Emociones positivas

Por el contrario, los estados emocionales positivos liberan dopamina, un neurotransmisor que estimula la producción de endorfinas. Estas sustancias, al igual que los opiáceos, generan una sensación de bienestar. Además, refuerzan las sinapsis activas en el momento del aprendizaje, haciendo el proceso cognitivo más eficiente.

El llamado “aprendizaje emocional” se estudia desde hace décadas. Este ocurre cuando un estímulo se asocia a una emoción, generando un aprendizaje derivado de dicha asociación. Ejemplos clásicos incluyen:

  • Condicionamiento clásico: Un estímulo neutro (una campana) se asocia a otro con carga emocional (alimento) hasta que el estímulo neutro provoca por sí mismo la respuesta emocional, por sí sola, del alimento -aunque sea en ausencia de este.
  • Condicionamiento operante: Una conducta se refuerza o extingue dependiendo de si se asocia con una experiencia placentera (premio) o displacentera (castigo).

Sin embargo, no siempre se necesita un estímulo externo para desencadenar emociones. Cada persona puede autorregular sus propias experiencias emocionales, favoreciendo la atención, la perseverancia y la capacidad de enfrentar la frustración, todos ellos predictores de un buen rendimiento cognitivo. Estudios recientes sugieren que la capacidad para regular las emociones es una de las principales diferencias entre alumnos exitosos y aquellos que no lo son.

 

Autorregulación emocional y motivación intrínseca

La autorregulación emocional fomenta la motivación, y esta, a su vez, facilita el aprendizaje. Entre todas, destaca la motivación intrínseca, que surge del interés genuino por comprender y aprovechar la información para mejorar. Este es el famoso momento “Eureka”, una experiencia emocional positiva que busca repetirse.

¿Cómo estimular esta motivación intrínseca en los alumnos? Aquí algunas estrategias respaldadas por investigaciones científicas:

  • Aprovechar la expectación inicial de una acción formativa. El “minuto de oro” es clave para generar entusiasmo, establecer expectativas y construir una relación personal entre profesor y alumno.
  • Transmitir entusiasmo genuino por el contenido para contagiar esa pasión al estudiante.
  • Incorporar la sorpresa mediante el uso de metodologías variadas: casos prácticos, debates, juegos de rol, análisis de noticias, simuladores interactivos para entrenar comportamientos, entre otros. Esto ayuda a evitar la rutina y desmotivación. 
  • Fomentar la participación activa con preguntas directas, resolución de problemas y proyectos que estimulen la construcción autónoma del conocimiento.
  • Utilizar el humor con ironía, anécdotas o incluso riéndose de uno mismo, siempre cuidando que no sea ofensivo para nadie.
  • Aplicar refuerzos positivos como elogios, reconocimiento o incentivos (por ejemplo, puntos en un sistema de gamificación).
  • Finalizar cada sesión con interrogantes que despierten la curiosidad y motiven al alumno a investigar por cuenta propia.

Hoy, más que nunca, investigaciones de prestigiosas instituciones como el Centre for Neuroscience in Education de la Universidad de Cambridge o la International Mind, Brain and Education Society (IMBES) evidencian que un manejo adecuado de las emociones refuerza la motivación y el aprendizaje, siendo clave para el éxito educativo.

Conocer cómo las emociones condicionan el aprendizaje debe llevarnos a abandonar la visión de este como una transmisión aséptica de información. Es claro que la experiencia emocional determina, en última instancia, los resultados del aprendizaje.
 


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