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Nov
Desde la pandemia, el teletrabajo se ha impuesto masivamente en las grandes empresas. Por ello, conviene preguntarse: ¿cuál es el impacto real de esta tendencia sobre el trabajador? ¿De verdad ayuda a conciliar trabajo y vida familiar? ¿Qué retos enfrentan las empresas para evitar efectos adversos como, por ejemplo, el tecnoestrés?
Se ha hablado y escrito mucho en los últimos años acerca de los pros y los contras del teletrabajo, tanto para las empresas como para los trabajadores. Sin embargo, merece la pena preguntarse de nuevo: ¿hasta qué punto nos gusta el teletrabajo?
Naturalmente, no hay una respuesta unánime para esta pregunta. Factores tales como el tipo de trabajo que desempeñamos, las condiciones en que lo ejercemos o el rol que ocupamos en la empresa resultan determinantes a la hora de responder. Pero, precisamente por eso, porque no hay una respuesta evidente, conviene detenerse y examinar el asunto un poco más de cerca.
El teletrabajo (TT) no es un fenómeno tan nuevo como puede parecer. Muy al contrario: hasta el siglo XIX, la norma era que la producción estuviera dispersa. En el Imperio Romano, por ejemplo, muchos artesanos trabajaban en sus viviendas para un emprendedor que hacía de intermediario entre él y los clientes. Entonces surgieron las fábricas y los grandes edificios de oficinas de organismos públicos y empresas privadas, y la situación cambió. Pero ¡no de una vez para siempre! De hecho, ya en los años 70 del siglo pasado, antes de Internet, el teletrabajo resurgió como un medio para reducir costes de infraestructura en plena crisis del petróleo.
Desde entonces, la generalización de Internet y el incremento exponencial de los recursos digitales han vuelto cada vez más plausible la posibilidad de generalizar el TT. Y 2020, con el confinamiento impuesto a causa de la pandemia de COVID, supuso un antes y un después. En España, en 2019, sólo el 5% de los trabajadores teletrabajaban. Después de la pandemia, en torno al 80% de las compañías ha introducido alguna modalidad de TT en sus procesos productivos. Ello ha supuesto superar las barreras que habían bloqueado su implantación hasta el momento: falta de regulación legal, coste de la tecnología necesaria, formación técnica del trabajador, falta de cultura al respecto…
Pues bien: una vez esbozado el contexto en el que nos encontramos, quizá podamos empezar a responder a la pregunta: ¿nos gusta el teletrabajo?
Parece que sí
Bain & Company concluyó, en un estudio realizado tras la pandemia, que el 51% de la población activa encuestada prefiere el teletrabajo, frente a un 25% que se inclina por el trabajo presencial. Lo curioso es que, en el mismo estudio, un 40% de los encuestados declaró que su jornada laboral se había alargado con el TT.
Por otro lado, un estudio de la agencia AxiCom determinó que lo que más valoramos del TT es evitar los desplazamientos (86%), aprovechar más el tiempo (63%), madrugar menos (51%) y la conciliación familiar (44%). En conjunto, parece que el TT favorece la satisfacción con el propio trabajo, pues reduce las molestias inherentes a la obligación de desplazarse. Pero veamos esto un poco más de cerca.
¿De verdad conciliamos mejor?
La conciliación laboral ha sido uno de los argumentos estrella a la hora de vender las bondades del TT. Sin embargo, un estudio de 2015 (Allen et al.) constató que el TT facilitaba la conciliación laboral a un escaso 16% de los encuestados. Eso sí, se determinó que cuantos más días se teletrabajara y cuánto más tiempo se llevara teletrabajando, mayor era la conciliación.
También se ha comprobado, en sentido contrario, que la vida personal interfiere en el TT, sobre todo cuanto más intenso y exigente es el propio trabajo y mayor dedicación y atención requiere.
Lo que menos nos gusta del TT
Y ¿qué es lo que menos nos gusta de teletrabajar? Nos quejamos de la menor socialización (63%) y de la mayor dificultad para desconectar del trabajo (61%) y para finalizar la jornada laboral (57%).
También hay quienes se quejan de sentirse permanentemente controlados, pero esto tiene difícil solución. La supervisión del trabajador en remoto, bien por sistemas de logueo (con horario fijo de trabajo), bien por objetivos de trabajo bien dimensionados, es una necesidad esencial de la empresa.
Según un estudio de Factorial, el control de la productividad en el TT se hace primero sobre tareas cumplidas (42%) y después, sobre objetivos completados (27%). Actualmente, existen aplicaciones específicas que facilitan la gestión de este tipo de controles, como Jira, Trello y Toggl.
Tecnoestrés
A pesar de la creciente preferencia por el TT por parte de los trabajadores, no conviene ignorar el surgimiento de lo que se ha venido a llamar el tecnoestrés. El tecnoestrés es un fenómeno ligado a la sobreexposición a la tecnología, en el que se experimenta una incapacidad para desconectar y una cierta invasión del espacio personal por parte de los dispositivos tecnológicos.
Según la publicación “Frontiers in Psychology”, factores tales como sentirnos presionados para alcanzar más y mejores resultados, la incapacidad para llegar a dominar las nuevas tecnologías, debido a que los cambios son demasiado rápidos en este campo, el exceso de información o la falta de separación entre lo personal y lo profesional favorecen este estrés sobrevenido.
Tecnoestrés significa ansiedad, lo cual puede derivar en la resistencia a utilizar la tecnología en remoto, pero también significa dependencia de la tecnología para hacer cualquier cosa y la necesidad de estar permanentemente conectados para recibir información. En ambos casos, el efecto más extendido del tecnoestrés es la fatiga profesional y el descenso de la productividad.
El TT no va necesariamente unido al incremento del tecnoestrés. Una buena organización de los recursos y del tiempo y un entrenamiento específico para saber adaptar las rutinas y dominar las herramientas digitales evitará que el TT se convierta en una servidumbre inmanejable.
¿Y qué pasa con el empleador? ¿Compensa implantar el TT de forma generalizada? Abordaremos este tema más adelante.