Hay ámbitos de la actividad profesional en los que la formación es crítica. O, dicho de otro modo, profesiones en las que una instrucción o perfeccionamiento que no sean efectivos conllevan un inminente peligro de muerte. Si un piloto, por poner un ejemplo, sea civil o militar, no se forma adecuadamente antes de ponerse a los mandos de una aeronave; o si un cirujano no perfecciona la mecánica de una intervención quirúrgica, con antelación a su primera operación real, puede haber un peligro real de pérdida de vidas humanas.

Pues bien, en todas estas situaciones se utilizan simuladores para adquirir la pericia necesaria. Se podrían utilizar multitud de otras metodologías, pero la realidad –y estamos acostumbrados a verlo tanto en informativos como en documentales e incluso en series y películas– es que se utilizan simuladores para evitar riesgos innecesarios al tener que someter al profesional aún inexperto a manejarse en la vida real. Los experimentos, dice la sabiduría popular, han de hacerse con gaseosa.

Y es que existen al menos 5 ventajas significativas que aportan los simuladores frente a otras metodologías:

  • Interactividad total. Y desde el minuto uno; porque está científicamente demostrado que las personas solo interiorizan el aprendizaje teórico si lo ponen en práctica de inmediato.
  • Máximo realismo. Si los simuladores no utilizan dibujos animados, sino personajes de carne y hueso, la experiencia es muy inmersiva, muy real. Y si emplean reconocimiento de voz, inteligencia artificial, más todavía. Cuanto mayor es el realismo, más fácil le resulta al alumno trasladar el aprendizaje a su vida real.
  • Medición del impacto. Al tratarse de una interactividad online, se puede medir el desempeño del alumno durante la propia práctica. Simuladores avanzados generan mapas de competencias, y miden el impacto de la formación en cada individuo.
  • Enganche. El alumno aprende de forma divertida. La práctica es mucho más amena que la teoría. Esto tiene un efecto multiplicador: cuanto más practica más aprende. Y cuanto más aprende más se motiva para seguir practicando, porque siente que está aprovechando el tiempo.
  • Disponibilidad permanente. Frente a la formación presencial, el simulador permite al alumno practicar cuando y donde quiera. Y lo más importante: practica en la intimidad, sin riesgos y sin la molestia anímica de ser observado por otros.

A partir de todos estos argumentos, parece poco menos que natural empezar a implementar simuladores, sobre todo en la formación de habilidades interpersonales. Se puede combinar con otras metodologías, en función de los objetivos formativos que se persigan.

De nuevo, un ejemplo: se puede implantar un curso 100% online basado en simuladores si la técnica y el entrenamiento posterior es muy transversal. En otras circunstancias se podría implantar un curso blended, en el que la técnica la explique presencialmente un consultor, mientras que la práctica la realicen los alumnos mediante el simulador. De esta forma, el consultor personaliza los ejemplos de la técnica y el simulador permite interiorizarla y aporta las métricas necesarias para demostrar el impacto obtenido.